Cuando los gatos y los perros crecen juntos, influyen notablemente en el comportamiento de los demás. Los perros suelen volverse más amables y pacientes y aprenden a respetar a un gato.’s límites, mientras que los gatos pueden volverse más sociables, incluso adoptando comportamientos parecidos a los de los perros, como saludar a los dueños en la puerta. Por ejemplo, Buck, un Golden Retriever, se volvió tranquilo y respetuoso al vivir con su amiga felina, Little Jade, mientras que Emma, una gata criada con un Labrador, aprendió a interactuar con más entusiasmo.
La convivencia también fomenta el aprendizaje mutuo. Los perros pueden adoptar señales de comunicación sutiles de los gatos, mientras que los gatos pueden imitar comportamientos parecidos a los de los perros. Ocasionalmente surge una leve competencia por los recursos, pero las mascotas criadas juntas suelen adaptarse bien. Este compañerismo resalta cómo las diferencias pueden conducir al crecimiento mutuo, creando un vínculo único y armonioso.